Desde que comienza nuestro proceso educativo formal, o como me gusta llamarlo, de domesticación, nos obligan a acallar nuestras emociones. Sobre todo aquellas calificadas como “negativas” o “tóxicas”. Poco a poco, vamos anestesiando nuestro mundo emocional, evadiéndolo y recurriendo siempre a la razón para resolver cada situación retadora que se nos presenta.
Tal y como la define su creador Daniel Goleman, la inteligencia emocional está constituida por todas aquellas capacidades y habilidades para aceptar, comprender y gestionar nuestras emociones y las de quienes nos rodean.
Gracias a la inteligencia emocional tenemos el control de las reacciones ante situaciones y gestos de los demás. Dice el refrán: “Son muchos los temas que escapan a nuestro control en la vida, pero sí podemos controlar cómo reaccionamos ante las cosas”.
La evidencia científica confirma la importancia de la inteligencia emocional. Un estudio llevado a cabo por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (Madrid), con alumnos de secundaria, muestra que aquellos que tuvieron una gestión de sus emociones más efectiva, obtuvieron muy pocas sanciones por indisciplina en sus respectivos salones de clase.
Uno de los mayores beneficios de la inteligencia emocional tiene que ver con la capacidad sanadora de nuestras interacciones. Comencemos por la principal relación que debemos cultivar: con nosotros mismos. ¿Cuántas veces nos dejamos derrumbar por una emoción tóxica como la culpa o el resentimiento hacia nosotros mismos? ¿Qué tan compasivos somos cuando cometemos un error?
Y no quiero decir con esto que no nos cuestionemos o no permitamos tener un momento de tristeza cuando la situación lo amerite. Significa ver a la cara al dolor y decirle: “Te reconozco y te permito estar aquí hasta que sea yo lo decida”.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, la depresión es una enfermedad que afecta a 350 millones de personas en el mundo. Cuando esa misma fuente afirma que el riesgo de suicidio en la población depresiva es 30 veces mayor al del resto de la población, se encienden todas las alarmas.
Asimismo, las relaciones con terceros pueden ser sanadas a través de la inteligencia emocional ya que nos permite estar más centrados en lo que sentimos y cómo se combina e interrelaciona con lo que puede estar sintiendo el otro para lograr consenso y empatía, lo que se traduce en bienestar.
En el libro El Analfabeto Emocional profundizamos sobre el tema y todas las diferentes aristas que abarca, incluyendo el impacto del universo de las emociones sobre nuestra salud, vitalidad y felicidad.
¡Gestiona tus emociones y regálate relaciones sanas y duraderas!
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