Mucho se ha escrito y especulado sobre qué hacer para mejorar la calidad de la educación pública en Estados Unidos. Por lo regular, maestros, catedráticos, líderes comunitarios y/o políticos exponen sus planes para arreglar este sistema roto, pero pocas veces se les pregunta directamente a los protagonistas de la historia -nuestros niños- qué opinan ellos. Con el propósito de plantear esta, entre otras preguntas, estuvimos visitando por varias horas el Grupo Huellas, en la ciudad de Nashville (TN). El grupo está compuesto por cientos de niños cuyas edades fluctuaban desde los diez hasta los catorce años.
Al pedirles: “por favor, levanten su mano si se sienten animados con la idea de tener que ir a la escuela mañana por la mañana”, ni uno solo levantó su mano en respuesta, lo cual no me sorprendió.
Unos meses atrás había compartido con un grupo de padres e hijos en la ciudad de Memphis, y cuando la facilitadora de ese evento hizo la misma pregunta, obtuvo igual respuesta: ningún estudiante decía estar contento con la idea de regresar a la escuela.
La apatía hacia la enseñanza pública estandarizada no es un caso aislado ni característico de la población estudiantil de dos grandes ciudades de Tennessee. Al contrario, es un fenómeno presente y palpable a nivel nacional. Lo he visto y oído en la boca de niños y padres de Nevada, de Luisiana, de Florida, por solo citar algunos. ¡Es una epidemia!
Y mientras esta epidemia cobra fuerza de pandemia, los versados en la materia continúan debatiéndose sobre las mejores estrategias, los modelos que son aceptables o inaceptables y en este lleva y trae, vilmente maleado por intereses políticos y sindicales, se van pasando los años sin que a nuestros niños se les devuelva ese amor por saber, que cada uno de ellos trajo consigo y que se ha visto mermado dentro de las aulas. ¿O debería decir jaulas de clases?
El gobierno actual y la secretaria de educación han prometido mejorar la educación pública y expandir las opciones escolares a fin de dar a las familias trabajadoras mayor acceso a modelos de enseñanza, ahora al alcance únicamente de aquellos que tienen el dinero para pagarlos. Aunque parecería haber un rayo de luz al final de este túnel, solo el tiempo dirá si estos proyectos de ley verán la luz, ya que deberán pasar por el Congreso y el Senado, de donde pueden o no salir victoriosos.
Entre lo que el hacha va y viene, los “entendidos” no han podido remediar la crisis de apatía que padece nuestra juventud, dejándonos la tarea a nosotros. Sobre nuestros hombros de padre, madre, mentor, tutor, hermana o pastor, cae la responsabilidad de atizar la llama del saber en el corazón de nuestros niños. Cada niño está equipado para aprender y cada uno lleva dentro de sí una curiosidad innata. Su apatía es reversible. La responsabilidad de revertirla no se puede ¡ni nunca debió dejarse! en manos del sistema. Esa responsabilidad es suya, es mía, es de todos.