¿Será casualidad que hay cinco veces más distritos escolares que condados? “No, no lo es”, dice Rebecca Sibilia, la fundadora de EdBuild, una organización dedicada a abogar por la justa distribución de fondos escolares, a fin de que cada estudiante tenga la oportunidad de asistir a una escuela equitativamente subvencionada y capas de proveer una excelente educación a todos los niños, sin importar donde vivan.
Durante su presentación en Miami en el transcurso de la 36a Conferencia de la National Assocation of Latino Elected and Appointed Officials (NALEO), Rebecca explicó que las líneas divisorias que separan un condado en distintos distritos escolares tienen mucho que ver con una decisión de la Suprema Corte de Justicia que data de 1954. El caso es conocido como «Brown versus Board of Education» y es responsable de que en este país no se permita la segregación racial en las escuelas. Es decir, legalmente no se pueden separar los blancos de los negros. Sin embargo, y como reza el refrán: el que hace la ley, hace la trampa. Así, los Estados encontraron la manera de continuar con sus prácticas racistas.
¿Cómo? Pues, trazando una línea divisoria alrededor de los vecindarios y logrando ingeniosamente poner a los blancos más pudientes aquí y a los pobres de piel morena allá. Sesenta y cinco años después del veredicto de «Brown versus Board of Education», la problemática de falta de igualdad para los estudiantes negros (y de piel canela) sigue igual.
Quienes, como Rebecca, se atreven a preguntar ¿por qué?, se estrellan con una explicación tan eufemística que da risa: “Estamos cansados de enviar el dinero de nuestros impuestos a ‘esos niños'». Hoy por hoy, los distritos escolares de «esos niños» reciben 23 mil millones de dólares menos que los distritos adonde asisten los blancos, a pesar de que en ambos casos el número de estudiantes ¡es el mismo!
Mas, las barreras separatistas no han sido erguidas de cemento y ladrillos, son invisibles. Sus muros han sido construidos de privilegio y de dinero. El que goza de un alto nivel socio-económico, tiene acceso a oportunidades y libertades ajenas a los demás. Para «esos niños» que viven en vecindarios pobres, no hay equidad, no hay igualdad. No puede haberla mientras que la educación pública sea subvencionada a través de los impuestos sobre la vivienda, y mientras las viviendas caras estén de un lado del muro y las baratas del otro.
La tarea de cambiar profunda y agresivamente las fórmulas estatales para subvencionar la educación pública, de crear una reserva compartida por todos y para todos es una de las propuestas más temerarias para cualquier político. Por eso, en muchas partes todavía no ha ocurrido. No obstante, esa es la solución. Hay que poner las recaudaciones en una bolsa en común. Solo gritando por una distribución justa, solo tumbando el muro invisible se podrá hablar en la nación más poderosa del mundo del fin de la segregación. Hasta entonces, para los niños morenos de Estados Unidos, el sueño americano continuará siguiendo eso, un sueño y no una realidad.