Nicaragua: crisis de liderazgo y empatía

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Todos nos preguntamos cuántos muertos son necesarios para que cese la represión contra la población en Nicaragua. En una muestra despiadada de apego al poder, Daniel Ortega y Rosario Murillo permanecen inmutables frente al reclamo de sus compatriotas en las calles: «¡que se vayan ya!».

No hay liderazgo ni acción positiva si un gobernante recurre a las matanzas para intentar sostenerse en el cargo. Bajo el cruel nombre de «Operación Limpieza», Ortega apunta en la dirección contraria al sentido común y pretende gestionar la insatisfacción a sangre y fuego.

El atleta alemán Klaus Balkenhol afirmaba: «Hay una diferencia entre ser un líder y ser un jefe. Los dos se basan en la autoridad. Un jefe demanda obediencia ciega; un líder se gana su autoridad a través de conocimiento y confianza».

En casos como el de Nicaragua, ego y borrachera de poder generan una realidad paralela, que termina nublando cualquier análisis realista. Ortega y Murillo no se han dado cuenta de su estruendosa derrota y aspiran a retener el cargo, aunque sea bañados en sangre. En el pasado, otros «líderes» sufrieron la misma «enfermedad» —Gadafi, Hussein, el matrimonio Ceaucescu— y terminaron arrasados por la historia, no sin antes causar un gran dolor a sus gobernados.

Los líderes estudiantiles, los obispos católicos y otros sectores nicaragüenses claman por una solución dialogada. No es posible liderar nada bajo la fuerza de las armas. Desde abril pasado, más de 300 personas han perdido la vida, y la cifra va camino del genocidio. Estados Unidos, la Unión Europea y Naciones Unidas se han pronunciado, pero solo 12 gobiernos de América Latina han hablado claro sobre la necesidad de parar la violencia y convocar elecciones. ¿Qué dice el resto? Cuando la ideología y el corporativismo distinguen entre «muertos buenos y malos», tenemos un grave problema de empatía.

Como líderes, primero debemos liderarnos a nosotros mismos. Y, por consiguiente, somos los primeros que debemos cambiar. Quien no lo entienda, está condenado al juicio de la historia.

Hoy Nicaragua duele más que nunca. Parecía difícil el regreso del dictador Somoza, pero hay ideas terroríficas que vuelven una y otra vez. El antídoto, ya lo sabemos, está en nosotros mismos: en las sociedades actuales, estamos obligados a formar líderes mindful exponenciales, alfabetizados emocionalmente, cuya misión sea servir a otros desde un estado de conciencia superior.

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