Uno de los muchos vínculos que los mexicanos tenemos con la cultura árabe, o más precisamente con la cultura arábigo andaluza, es visible en la alfarería que conocemos como Talavera de Puebla. En esas vasijas de loza vidriada se esconde concentrada la historia de los ocho siglos que los árabes vivieron en dos terceras partes de lo que ahora es España y Portugal.
Porque fue en un lugar que ahora conocemos como Talavera de la Reina, cerca de Toledo, donde los alfareros árabes se establecieron e implantaron las técnicas y las formas que a través de los siglos hemos heredado.
Cuando compramos en Puebla una vasija de Talavera, estamos dando nueva vida a los gestos milenarios de los hombres que inventaron esas formas y texturas que ahora podemos disfrutar.
De manera paralela, la alfarería que ahora se hace en un país árabe, también heredero de lo arábigo andaluz, Marruecos, es muy parecida a la que se hace en Puebla. Tal vez más parecida a la mexicana que la alfarería que se sigue haciendo en España, en Talavera de la Reina, porque ahí la artesanía tuvo a lo largo de los siglos una evolución renacentista que no se dio en Marruecos ni en México.
Lo cierto es que la Talavera de Puebla es una muestra de la pluralidad de razas y culturas que confluyen en México ya que, en cada vasija blanca y azul hecha en los alfares de Puebla, lo árabe, lo español, lo mexicano aparecen sutilmente hechos técnica y dibujo de la materia, herencias mudas que nos hablan por la vista y el tacto.
El origen oriental de la Talavera va más allá de los países árabes y se remonta a la China. Aunque también en el Medio Oriente, desde el siglo IX, se hacía una alfarería que pudiera ser antecedente de la Talavera. Sin embargo, tal como la conocemos ahora, en formas y técnicas, la Talavera se remonta al siglo XVI.
Es impresionante todo lo ajeno que hay en lo más nuestro, todo lo que nos viene de muy lejos. En sí misma, la palabra Talavera es un término lleno de misterio, como misterioso es que los hombres se empeñen en obtener de la tierra objetos vidriados y pintados que, al chocar entre sí, suenan a campana ronca y que llaman nuestra atención por su belleza.
Hacer bellos los objetos útiles revela una extraña tenacidad de algunos hombres, una obsesión que es uno más de los secretos que albergan estos objetos artesanales. La loza que conocemos como Talavera de Puebla es sin duda uno de los temas mayores de las artes tradicionales de nuestro país.
Por su parte, Herbert Read, el conocido historiador del arte, nos propone la idea de que la creatividad de un pueblo, su fineza y sensibilidad, se pueden apreciar a través de su alfarería. Según lo cual, la talavera sería un índice confiable para juzgar la sensibilidad creativa de los artesanos mexicanos en diferentes épocas. Según Read, “la alfarería es al mismo tiempo la más simple y la más complicada de todas las artes.
Es la más simple porque es la más elemental. Es la más complicada porque es la más abstracta. Históricamente, es de las primeras artes (…) un jarrón griego es armonía estática, pero el jarrón chino, una vez liberado de todas las influencias impuestas por otras culturas y otras técnicas, adquiere armonía dinámica. No sólo es una relación sino movimiento vivo. No cristal sino flor. “Las piezas de Talavera de Puebla son las flores centenarias de nuestra cultura.
La alfarería de Talavera es un arte ligado históricamente a ciertos espacios: la cocina, la iglesia y el convento, la fachada de la casa y su interior. Más el espacio del taller, donde los rituales centenarios de las manos del artesano buscando repetir y al mismo tiempo crear las formas, se llevan a cabo cotidianamente.
La cocina poblana es uno de los ambientes naturales de la Talavera: azulejos en los muros y hasta en los techos y recipientes de alimentos a punto de ir a la mesa se unen formando una “arquitectura culinaria” donde el espacio interior de la cocina es como un gran reflejo de los platillos típicos de Puebla, ricos en sabor, originalidad y colorido. La cocina de azulejos y la vajilla de loza blanca vidriada son como cámaras de ecos donde los platillos reciben también el condimento visual de la Talavera. Así, el placer de la comida, la Talavera añade un placer que entra por los ojos y que, como el de los alimentos, es un placer compartido.
En un tipo muy diferente de cocina, en las farmacias de otras épocas, abundaban los recipientes de Talavera por ser prácticos y muchas veces hermosos. Su interior era impermeable y en su exterior se mandaba escribir, desde antes de entrar al horno, el nombre de las hierbas o sustancias que albergaría. Lo mismo que el emblema de la orden religiosa que encargaba la pieza, si ésta estaba destinada a la farmacia de algún convento.
Un último espacio de la Talavera, y más reciente, es el de los museos donde estas flores de barro cristalizado se ofrecen a nuestra contemplación alejadas de sus usos. En México, dos museos tienen las mejores colecciones: el Museo Bello, de la ciudad de Puebla y el Museo Franz Mayer, de la Ciudad de México.
Ambos son el producto de dos hombres que tuvieron una gran debilidad por la Talavera, una manía de poseerla, casi podría decirse un enamoramiento tenaz. Porque la Talavera tiene también entre sus secretos el de despertar pasiones.
A partir de 1580 se establece en Puebla un buen número de maestros loceros que encuentran en sus cercanías los materiales necesarios para producir cerámicas de buena calidad, y convierten a la ciudad en un centro comercial que permite la venta de sus mercancías a la ciudad de México y Veracruz.
La producción de cerámica llegó a ser muy abundante y cada locero fabricaba sus piezas a capricho, sin más a lo que imponía su propio gusto y la costumbre. A mediados del siglo XVII había tal cantidad de ceramistas que el virrey se vio en la necesidad de crear el gremio de loceros y reglamentar su oficio. Así en 1653 se redactan en Puebla las ordenanzas que fijaron las condiciones requeridas para ser maestro del oficio, entre ellas la separación de la loza en tres géneros: fina, común y amarilla; las proporciones en que debían ser mezclados los barros para producir piezas de buena calidad, y las normas a seguir para el decorado, en las que se establecía que en la loza fina la pintura debía ir guarnecida de negro para realzar su hermosura; además se especificaban cualidades y detalles de fabricación.
Llama la atención el tercer artículo, que a la letra dice: “Que no se pueda admitir a examen de dicho oficio, a ningún negro, ni mulato, ni otra persona de color turbado, por lo que importa que lo sean españoles de toda satisfacción y confianza”. Poco ha variado el proceso de elaboración de la loza. Fueron las formas y el decorado los que sufrieron una gran transformación, debido a influencias estilísticas de diferentes países y épocas.
La cerámica de Talavera, como resultado de las ordenanzas de 1653 y las ampliaciones de 1680, registro una notable mejoría; el vidriado es de un bellísimo, ligeramente lechoso, uniforme, terso y brillante, en el que resaltan los azules fuerte y delgado y las características combinaciones policromas, amarillo, verde, anaranjado, azul y negro.
Cabe resaltar el hecho que la zona geográfica que contiene las materias primas características de la Talavera y que se encuentran en la zona del valle de Puebla, en los distritos de Atlixco, Cholula, Puebla y Tecali está protegida por ello la Talavera tiene Denominación de Origen.
Con información de geocities.com y mexicodesconocido.com