La llegada al «nuevo» continente se celebra este mes y es apropiado reflexionar sobre este magno acontecimiento. Para las civilizaciones que ocuparon estas tierras antes de 1492, el arribo a nuestras costas de las tres carabelas de Colón significó el apocalipsis.
Poco después de que el pie blanco se plantara sobre el suelo, los pobladores de las Américas presenciaron la destrucción casi absoluta de sus lenguas e imperios, razas y costumbres, conocimientos y prácticas milenarias. Los recién llegados, como relata Howard Zinn en su libro La otra historia de los Estados Unidos, trajeron consigo espadas y barcos, sífilis y varicela, codicia e instrumentos bélicos jamás vistos, con los cuales sometieron, robaron y mataron a millones de personas en pocas décadas. El arma más letal fueron las bacterias. Los nativos que no murieron de un virus, fueron masacrados por «gente de la peor calaña» (Zinn).
Decía George Owen que «la historia es contada por los vencedores», y desde el punto de pista de los que ganaron la guerra de la conquista, los indios eran tontos inocentes vestidos en taparrabos a quienes, según escribió Colón en su carta a los reyes de España luego de su primer encuentro con la tribu arawak: «con cincuenta hombres los subyugaríamos a todos y con ellos haríamos lo que quisiéramos».
No obstante, cabe recordar que, a pesar de su temperamento bonachón, los exterminados estaban lejos de ser bobos o salvajes. De hecho, la cultura y la ciencia que existían antes del holocausto perpetuado por el hombre europeo sobre nuestros ancestros, eran altamente sofisticadas.
Por ejemplo, la aspirina —entre muchos otros medicamentos sintetizados que consumimos hoy día— es resultado del conocimiento de las plantas que poseían los médicos indígenas. Restos encontrados de la época pre-colombina evidencian cirugías en las cuales se empleaba la trepanación del cráneo para operar el cerebro. A su vez, las ruinas arquitectónicas están ahí todavía para narrar la leyenda de templos y acueductos, tierras cultivadas con ingeniería agronómica avanzada y ciudades con edificios de apartamentos.
La historia la escriben los vencedores, pero hace rato que llegó la hora de dar voz a los vencidos. Nuestros hijos tal vez no vayan a encontrar en los libros de textos una perspectiva justa y bilateral de lo ocurrido hace 527 años. Por eso, es nuestra la responsabilidad de recordar quiénes somos y recontar nuestra historia. Documentales como 1491, libros como el citado anteriormente e incluso parodias como Latin History for morons (John Leguizamo) son herramientas a la mano que sirven para reeducarnos sobre el tema.
Octubre es el Mes de la Hispanidad y es también una ocasión maravillosa para revalorizar lo nuestro, especialmente en momentos como estos, donde ciertos sectores se sienten con derecho de (metafórica y literalmente) izar sus banderas anti-esto y anti-lo-otro en el frente de sus casas.