Qué peligrosa es la política sin una estrategia de iniciativa propia. Ecuador entra en el riesgoso terreno de hacer una guerra con un brío táctico que lo obliga a asumir una posición contestataria. El país hoy participa en un conflicto ajeno y a la zaga de lo que vaya haciendo su socio estratégico colombiano, Este , a su vez, responde a una iniciativa geopolítica norteamericana de “internacionalizar continentalmente los planes de lucha contra el narcotráfico y grupos irregulares”
Así nació en 1999 el Plan Colombia, un acuerdo bilateral constituido entre los gobiernos de Colombia y Estados Unidos que hoy, en boca de Joseph Disalvo, subcomandante del Comando del Sur, se lo pretende extender a toda la región: “debemos pensar en una estrategia nueva que más que un Plan Colombia sea un plan Sudamérica, donde todo el mundo pueda combinar sus esfuerzos y así luchar contra esto (narcotráfico).” Los firmantes del Plan Colombia evolucionaron de lo estrictamente antinarcótico de la guerra contra las drogas, a incluir aspectos de la guerra contra el terrorismo. Esa evolución fue la respuesta a un hecho innegable: los grupos políticos violentos y las mafias utilizan el negocio de la droga para financiar una guerra -no declarada- llevada a cabo contra el Estado.
La iniciativa norteamericana está orientada a desestabilizar gobiernos “progresistas” -Venezuela y Bolivia,-últimos bastiones del socialismo del siglo XXI que incomoda al Pentágono que impulsa la geopolítica conservadora en la región. La intención colombiana siempre fue involucrar a Ecuador en un conflicto suyo, que mal manejó y dejó escalar con los años a proporciones insospechadas. Ecuador evitó siempre involucrarse en la guerra de guerrillas colombiana y en la “lucha contra el narcotráfico”, dos caras de la misma moneda estratégica estadounidense.
La guerra binacional
De cara al futuro inmediato, cabe ponerse a pensar en el país que queremos que exista en la realidad. Una realidad caracterizada por una crisis económica y ahora por brotes de violencia fronteriza que, lo último que debiera significar es vernos obligados a invertir ingentes recursos para emprender acciones bélicas, “a nombre de la seguridad nacional”.
No deja de preocupar que la coyuntura desdibuje el Plan toda una Vida y la agenda de primer orden sea enfrentar a la muerte en una guerra ajena. El slogan “unidos por la paz” resulta tardío y confuso cuando se ha declarado la guerra. Porque no es creíble ni coherente hablar de paz con un cuchillo entre los dientes.
Obligados a enfrentar un enemigo invisible que se esconde detrás del terrorismo desquiciado, debemos tener la capacidad de separar los componentes de esas estrategias terroristas: la acción política guerrillera es una cosa, y la acción delincuencial del narcotráfico, otra. Cierto es que históricamente han venido actuando entreveradas en un mismo escenario violento. Guerrilla y narcotráfico han concentrado recursos financieros, bélicos y tecnológicos, lo que hace concluir con simpleza de que se trata de un todo indisoluble.
El vecino país se abocó a finalizar una guerra de guerrillas que dura más de medio siglo,- el momento en que el conflicto llegó a un punto de estancamiento político y militar. El ejército colombiano no derrotó militarmente a los guerrilleros, y la guerrilla no se tomó el poder político que motivó sus originales acciones hace seis décadas. En ese lapso de tiempo el narcotráfico se entronizó en la guerrilla, proporcionándole recursos económicos a cambio de protección militar que garantice el libre flujo de sus envíos de droga fuera del territorio colombiano.
Hasta ese entonces teníamos una guerra a puertas de la frontera norte, sin permitirle ingresar a nuestro territorio. El Estado colombiano empujaba a los actores del conflicto, presionándolos a desplazarse hacia su frontera sur con Ecuador. La dinámica se caracterizaba por sucesos protagonizados indistintamente por guerrilleros, paramilitares y narcotraficantes que usaban el territorio ecuatoriano como su retaguardia vacacional, con mayor o menor anuencia de los organismos de seguridad. A través de los años diversos gobiernos colombianos solicitaron ayuda norteamericana para contener a la guerrilla y a los paramilitares, bajo el pretexto de combatir al narcotráfico. Estados Unidos instaló bases militares en territorio colombiano y apertrechó al débil ejercito del vecino país. Ambas acciones no resolvieron el conflicto.
En su expresión delincuencial, la violencia es la narcopolítica por medios terroristas. Asociados guerrilleros y narcotraficantes en un comienzo, la desmovilización de las FARC y ELN produce un grupos disidentes que no aceptan bajar las armas que, en lo sucesivo, sirven para proteger al narcotráfico que les da de comer. Eso explica su presencia en la frontera norte convertida en la ruta de la droga vía Colombia-Mataje-Esmeraldas-EEUU. En otras palabras, los carteles necesitan un pasadizo colombo-ecuatoriano para internacionalizar la droga. Al desmovilizarse la guerrilla queda actuando un grupo disidente liderado por el llamado Guacho, esmeraldeño que recluta paisanos, mexicanos y colombianos para mantener control del paso fronterizo de droga.
En ese contexto, sus acciones de advertencia son señales claras: dejen libre el paso de droga por Mataje, caso contrario iniciamos la “guerra terrorista”. Los atentados en San Lorenzo, Mataje y el asesinato del equipo periodístico de El Comercio, se inscriben en esa estrategia de limpiar el paso fronterizo de controles estatales. Es sintomático que, luego de pedir canje de los comunicadores secuestrados por tres de sus elementos detenidos -al cual accedería el gobierno ecuatoriano-, las exigencias de la negociación treparon a mayores: dejar sin efecto “el acuerdo entre Ecuador y Colombia para combatir el narcotráfico”
¿En cuál guerra vamos a participar? Una en contra de guerrillas desmovilizadas, o contra el narcotráfico organizado y pertrechado de implementos bélicos de alto poder. La primera, llega a su fin con el acuerdo de paz entre el Estado colombiano y las FARC. La segunda, cambia de forma y se convierte en terrorismo indiscriminado, con amenazas a la población civil.
Un tercer componente es el trafico de ilegales hacia los EE.UU., proveniente de diversos puntos geográficos ecuatorianos. Un dolor de cabeza que quita el sueño al gobierno de Donald Trump, dispuesto a levantar muros y militarizar su frontera sur para impedir el paso de migrantes ilegales latinoamericanos. Para ese propósito sirvió la base de Manta. Ejemplo de ello fue el reportaje que realizamos para la televisión ecuatoriana -hace unos años- en circunstancias de que la embarcación Elizabeth II zarpó ilegalmente de las costas de Esmeraldas con 280 migrantes ecuatorianos ilegales con destino a los EE.UU. La nave fue interceptada por la Guardia Costera norteamericana que a su vez fue alertada de la presencia del barco coyotero por un avión-radar espía que decoló de la base de Manta. El suceso narrado en nuestro reportaje causó revuelo, puesto que por primera vez se confirmaba que la base de Manta no nos protegía del narcotráfico, sino que era una base de espías contra los migrantes ilegales. “Reportaje sincero y revelador el de Parrini”, calificó en esa ocasión en su columna el crítico de televisión, Roberto Aguilar, de diario El Comercio.
Los componentes de la geopolítica norteamericana: lucha contra el socialismo del nuevo milenio, control del narcotráfico y reducción del coyoterismo de migrantes ilegales hacia su territorio, confirman una trilogía en la cual se nos quiere involucrar como país. Es hora de ubicar cada cosa en su lugar. Si vamos a responder como Estado habrá que identificar en que ámbito vamos hacerlo. Nuestras acciones como nación, no solo pueden circunscribirse a maniobras policiaco militares. Se requiere presencia estatal en la zona fronteriza y en la provincia de Esmeraldas, la más abandonada del país, esencialmente con planes de desarrollo productivo, salud, vivienda, educación, etc. Un Estado ausente, deja el terreno libre a la convivencia inarmónica. Una sociedad abandonada, hace cualquier cosa por sobrevivir.
Recuperar la iniciativa en el campo político, económico y social, es el reto del gobierno del Presidente Lenin Moreno. Deberá pasar a la historia por conducir al país -toda una vida- a un estado revolucionario de justicia social, equidad económica, paz ciudadana y soberanía nacional. La guerra que venza a la pobreza, la ignorancia y la injustica, es la única guerra racionalmente asumible.
Leonardo Parrini, periodista chileno- ecuatoriano,