¿Se debe o no ayudar a los niños y niñas con sus deberes escolares? La respuesta es sí y no. La práctica imperante de enviarlos con la mochila cargada de lecturas, proyectos y actividades para hacer y resolver en la casa, permea casi al mundo entero.
En cuanto a lo académico, a los padres nos preocupa dejarlos a la deriva, con los retos que no pueden (o no quieren) descifrar. De ahí que nos sentamos con ellas a la mesa, a veces a guiarlos, a veces a hacerles tareas, y también, siendo sinceros, a confundirlos.
Los que han estudiado el tema han encontrado que, cuando se trata de niños de primaria, la colaboración del adulto es beneficiosa, siempre y cuando no tomemos el lápiz y el papel para ofrecer las respuestas; sino que se le permita a los pequeños averiguar las soluciones por sí solos. En este caso, se aconseja emplear técnicas que faciliten la comprensión y/o refresquen la memoria. Por ejemplo, hacer preguntas, relacionar una cosa con otra, repasar el material aprendido, entre otros métodos.
Cuando se trata de estudiantes de intermedia y preparatoria, se ha encontrado que muchas veces la ayuda de los familiares es una piedra de tropiezo. Esto se debe a varias razones. Una es la posibilidad de que a los padres se les haya olvidado el contenido: la mamá o el papá no recuerdan o recuerdan mal la materia en cuestión. En consecuencia, la imparten incorrectamente, perjudicando la comprensión que el estudiante hubiera podido tener sobre el tema.
Asimismo, la evidencia sugiere que, en los grados escolares más avanzados, la asistencia constante de un adulto inhibe la capacidad de trabajar y pensar de forma independiente. Algo que, sin lugar a dudas, va a necesitar en el transcurso de su vida universitaria.
En lo relativo a lo emocional, la colaboración de los padres es saludable, especialmente durante los años elementales, en la medida en que el adulto no proyecte sus ambiciones, sueños y metas en las niñas y niños.
Por eso, es de capital importancia no pretender esperar de ellos lo que nosotros no conseguimos. Porque, como dijo Khalil Gibran: «Tus hijos no son tus hijos. Son hijos e hijas de la vida deseosa de sí misma. No vienen de ti, sino a través de ti y aunque estén contigo no te pertenecen... Puedes darles tu amor, pero no tus pensamientos, pues ellos tienen sus propios pensamientos… Puedes hospedar sus cuerpos, pero no sus almas, porque ellas viven en la casa del mañana, que no puedes visitar ni siquiera en sueños…».