Dice un proverbio que la fortuna favorece a los valientes. Si alguna vez ha habido una oportunidad para que los líderes de la educación reexaminen su manera de ver y de invertir los recursos necesarios para afrontar los retos del presente, esa oportunidad es ahora.
Bruce Hermie, un veterano director de escuela que trabaja en el campo de reformas educativas para la American Federation for Children, dijo que, a raíz de la pandemia del coronavirus, los educadores están navegando en aguas completamente desconocidas.
Esto, debido a que «todos los planes que se hicieron en enero con respecto a los presupuestos o al manejo de las plataformas digitales, quedaron -de golpe- pulverizados». Con el impacto fiscal que esta crisis ha tenido en las finanzas personales, institucionales, estatales y nacionales, cabe preguntarse: ¿cuáles serán las ramificaciones a largo plazo que los inevitables cortes tendrán en el crecimiento y la vitalidad de las escuelas?
Ahora, más que nunca, es imperativo que los líderes de la educación piensen en cómo sobrevivir a la realidad inmediata, pero también en cómo encontrar la inspiración y la valentía imprescindibles para que las escuelas afloren más fuertes y efectivas. De no ser así, los estudiantes, los maestros y la comunidad pagarán un alto precio.
Recientemente, USA Today publicó una encuesta donde uno de cada cinco maestros dijo que no se va a reportar a trabajar en otoño. Otra encuesta indicó que el 60% de los padres está dispuesto a continuar educando a sus hijos desde casa o buscar otras opciones escolares, antes que enviarlos de regreso a un plantel.
Armados con esta información, los educadores deben prepararse, ajustarse para enseñar a través de clases hibridas, a distancia, presenciales o cualquier otro modelo que responda a escenarios tan inusuales. Y antes de decidirse por uno u otro modelo, lo recomendable sería que padres y estudiantes sean quienes decidan el método más adecuado. De manera que la respuesta esté en sintonía con sus propias realidades.
No es típico que las escuelas dejen decidir a los destinatarios cómo lucirá el producto de la educación, pero cabe preguntarse: si no es ahora, ¿entonces cuándo? ¿Por qué no dejar que los maestros y los padres planeen cuánta enseñanza se impartirá en línea y cuánto en persona? Es decir, que los sistemas educativos se ajusten a las familias, y no al revés.
Al mismo tiempo, los maestros que no quieren arriesgarse a volver a un salón, podrían continuar educando desde sus casas. Además, esta alternativa ayudaría a acelerar el desarrollo profesional de los docentes en cuanto a sus habilidades para impartir clases a distancia.
Antes que lamentarse, las escuelas podrían asir esta oportunidad con valor para diversificar la educación de una y vez por todas. A corto plazo, la diversificación permitiría una reducción en el número de estudiantes por clase, facilitando así el distanciamiento social requerido bajo las presentes circunstancias.
Las escuelas que se empeñen en hacer las cosas como antes, arriesgan quedarse fuera de control. En tanto, las más imaginativas resurgirán fortalecidas si demuestran la capacidad de ajuste que nuestros niños tanto necesitan ahora.