Entre los adolescentes de 10 a 14 anos, el suicidio es la segunda causa de muerte, superando la tasa de mortandad por accidentes de tráfico, que solía ser la razón más común de fallecimiento entre los jóvenes. Este fenómeno ha recibido mucha atención recientemente, a raíz del suicidio de dos niños sobrevivientes de la masacre ocurrida en Marjory Stoneman Douglas High School, en Parkland (Florida), así como la defunción del padre de otro estudiante que perdió la vida durante el tiroteo ocurrido en Sandy Hook Elementary (Connecticut).
Aunque estas tragedias han traído de nuevo el tema sobre el tapete, lo cierto es que desde hace tiempo ha habido un problema largamente ignorado, cuya incidencia viene en aumento desde 1999, según el Centro de Control y Prevención de Enfermedades de EEUU.
De hecho, todos los días en este país se suicidan 22 veteranos de guerra (Department of Veterans Affairs) y se cree que el número es aún más alto, debido a que no siempre se reportan las muertes como suicidios. Por dondequiera se está hablando de los síntomas que presentan los afectados: depresión, ansiedad, aislamiento, falta de sueño, falta de energía, desesperanza, consumo de alcohol y drogas, entre otras señales. De lo que no se habla es ¿qué hay detrás del síntoma?
Como sobreviviente de una crisis depresiva y como testigo presencial de una historia familiar de depresiones agudas, que data ya de cincuenta años, me consta que nuestra sociedad y nuestro tiempo no saben cómo resolver el dilema del depresivo, y mucho menos si presenta tendencias suicidas.
A una crisis existencial se le está dando una solución de forma y no de fondo. La forma de apaciguar una persona que perdió el amor por la vida es medicándola, pero en el fondo el problema sigue sin resolver.
¿Cuál es raíz del problema? Lanzar al aire una teoría que aplique a todos por igual sería insensato. Por eso, me enfocaré en la experiencia de mi recuperación. A pesar de que los medicamentos pueden temporalmente ayudar a salir del hoyo, no evitan que se vuelva a caer en él. Como si se tratara de una batería descargada, una dosis embotellada de happy pills posee la capacidad de darte un empujoncito para poder arrancar. No obstante, seguir andando a fuerza de ellas es insostenible a largo plazo por mil razones que merecen una conversación aparte.
El triunfo sobre mis tendencias depresivas-suicidas nació gracias a la descodificación. Sencillamente, tuve que reprogramarme mentalmente y reconectarme espiritualmente, a fin de empezar a ver el vaso medio lleno y no medio vacío. Es un ejercicio de gratitud, de apreciación por cada día, de clavarse con uñas y dientes en el ahora, que requiere un deseo genuino de mejorar la calidad de nuestra existencia. (Lea El poder del ahora, de Eckhart Tolle).
Al principio, la disciplina es capital, porque para romper el disco rayado de un dialogo interior dañino y crear un nuevo discurso hay que ejercitar a diario el músculo de la voluntad. Es un trabajo individual, interior y sobretodo indispensable para volver a gozar a plenitud del privilegio de estar viva.