¡No es no!

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Siempre he sido un apasionado de la escucha. Las reflexiones que expuse en el libro «El poder de escuchar» demuestran que los seres humanos aún estamos lejos de apreciar el valor de escuchar y de respetar las ideas de los demás. La habilidad para oír con atención, sentimiento y discernimiento crítico es una capacidad mágica y la base de todas las relaciones efectivas, tanto personales como sociales o políticas.

Hoy es fácil hallar a líderes políticos que no escuchan. Sobresalen algunos a quienes los ciudadanos han dicho claramente «no», pero insisten en desconocer la realidad. Las consecuencias de sus actos irracionales podrían ser devastadoras porque no entienden que ¡no es no!

A casi todos nos cuesta decir «no», por la dificultad de cambiar mentalidades, desaprender y admitir el derecho propio a ser como queremos, sin imposiciones externas. El gran escritor colombiano Gabriel García Márquez afirmaba: «Lo más importante que aprendí después de los 40 años fue a decir no cuando es no». Una vez lo entendemos, nos corresponde convencer a otros de que respeten nuestras decisiones.

Los ejemplos negativos sobran. Nicolás Maduro, al que Venezuela dijo «no» al elegir una Asamblea Nacional de mayoría opositora, viola las leyes para desconocerla. El gobierno de Cuba, al que millones han dicho «no» al «votar con los pies» y huir, ahora quiere aprobar una nueva Constitución continuista. Evo Morales, que perdió el referéndum para reelegirse, insiste en desoír el clamor popular de los bolivianos. El presidente Donald Trump, que no consigue fondos para levantar el muro, ahora amenaza con buscarlos a través de fórmulas cuestionables.

No saber escuchar o simular sordera complica todas las tragedias que hoy padece la humanidad. Los gobernantes se deben supuestamente a la ciudadanía, pero no la respetan. En vez de dar el ejemplo, contribuyen a agravar los tres graves problemas que azotan al mundo: el egoísmo, la apatía y la avaricia.

Como dice «El Libro de Santiago», «todos ustedes deben estar listos para escuchar; en cambio deben ser lentos para hablar y para enojarse (…) Acepten humildemente el mensaje que ha sido sembrado; pues ese mensaje tiene poder para salvarlos. Pero no basta con oír el mensaje; hay que ponerlo en práctica…».

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