El fin del año escolar está aquí. En una escuela del lado occidental del mundo, los chicos se alistan para dar un adiós memorable a los que cursaron el 12o año. El ritual consiste en arrojar bombas mal olientes en los baños, duchas y vestidores de los seniors. Es una manera jocosa de desearles un bon voyage. Mientras tanto, en el este, el fin de año es todo menos chiste. En China, la llegada de junio se caracteriza por los ataques de nervios debido a la Gao Kao, la Gran Prueba.
Gao Kao es el proceso de examen para las universidades. Y no es broma, especialmente para las familias más pobres, quienes miran el acceso a una educación post-secundaria como un gran prestigio social y un profundo orgullo familiar. Así, en la cultura china, este día se considera el más importante de la vida de un estudiante. Las ocho o nueve horas de duración de la prueba determinarán si el individuo tendrá o no un camino hacia una mejor vida: con una buena posición y un jugoso salario.
Desde la primaria, la meta de los padres es que su prole llegue a este punto neurálgico y obtenga buenos resultados. Con este fin, los niños son sometidos a intensas actividades extracurriculares, tales como tutorías, idiomas, música… Además, en los meses previos a la prueba, los adolescentes estudian “cada día entre 16 y 17 horas y nunca pueden salir con sus amigos”, explicó el padre de una estudiante a la prensa.
La presión es tan fuerte que, atacados de pánico y angustia, siete de cada cien mil estudiantes atentan contra su vida. De ahí surge el siniestro epíteto de junio negro que se le confiere en oriente a este mes.
Alarmado por el deterioro de la salud mental y emocional de los colegiales, el gobierno chino está concientizando a padres y maestros. A los últimos se les ha pedido que no asignen tareas o deberes. Los padres, a su vez, prestan oídos sordos y gastan un dineral en sistemas de apoyo —e incluso de trampas— para asegurarse de que sus hijos salgan victoriosos.
Ese rasgo cultural, esta cultura de esfuerzo, se evidencia en Estados Unidos, donde los niños de inmigrantes de origen asiático alcanzan niveles de licenciatura y post grado para la segunda generación, convirtiéndose en médicos, ingenieros y científicos bien remunerados. En contraste, segunda y terceras generaciones de hispanos, aún batallan para graduarse. Esto es debido, parcialmente, a la falta de importancia que se le da en casa a la educación universitaria. En consecuencia, fallamos en el intento de romper con las cadenas de la pobreza en el lapso de unas décadas.
Los dos extremos son perniciosos. Lo ideal sería un junio gris: ni tan fuerte que imposibilite la alegría de vivir y el derecho de los niños a ser niños, ni tan relajado que perpetúe de forma multi-generacional el desempleo, los bajos salarios y la falta de ascenso socio-económico. Madre, padre, la tarea de plantar la semilla de altas expectativas está en sus manos. El truco está en el balance.