¿Te atreverías a decir «estoy tan agotada de ser mamá que no puedo más»? Quizás a alguna mujer se le ocurría expresarse así en caso de sentirse muy segura frente a un(a) confidente; pero he notado que muy pocas tienen la osadía de admitirlo con franqueza, de la misma manera que lo harían si se tratara, por ejemplo, de un trabajo.
No obstante, la fatiga maternal es real. Les ocurre a casi todas las madres con mayor o menor frecuencia dependiendo de las circunstancias.
Para la mujer que se ha quedado sola criando sus hijos o que, sin estar sola, lleva la responsabilidad de la crianza sobre sus hombros, a veces ser madre es mucho. Mucho compromiso, inversión de tiempo y energías, carga, paciencia, desgaste… mucho de todo. Y si sumamos las mil y una demandas del diario vivir en estos tiempos, las madres pueden llegar a sentirse muy sobrecogidas ¡y con sobrado derecho!
Ahora bien, no porque una madre se sienta extenuada tiene el derecho a verbalizarlo, puesto que aún ese es un tema tabú. Admitir no poder cumplir con los deberes de ser «esa» madre que el mundo, el marido, la familia, los hijos, la sociedad y la cultura esperan de una, es algo muy vergonzoso y casi imposible de expresar a todo pulmón. Desde aquellas que pasan por una profunda depresión postparto (las cuales experimentan –como se sabe- pensamientos suicidas y/o homicidas) hasta las que únicamente están pasando por un mal día, las madres se cohíben de llamar al pan, pan y al vino, vino. Tienen miedo de que las juzguen como malas, porque, y como solía decir una fallecida amiga mía, «si es mala madre, ¡es una degenerada!».
Resulta que el miedo al estigma, a que le pongan el título de mala madre es tan grande, ¡tan insultante!, que deciden callar. Es mejor tragarse las lágrimas de frustración junto con la depresión, la fatiga, el llanto, las noches mal dormidas, los bajones hormonales y los cientos de otras razones, y optar por un «pues mejor no digo nada».
Sin decir nada, muchas logran salir del mal día o del hoyo y siguen siendo madres on and off por el resto de su vida. Otras piden ayuda a terceras personas. Muchas se descargan en los hijos, haciéndoles pagar la culpa de su incapacidad para lidiar con sus propios tabúes y silencios. Algunas toman antidepresivos, beben alcohol escondidas en su closet, se escapan con un amante, se vuelven amargadas o sabrá Dios qué.
Lo cierto es que las madres son gente común y corriente. Ellas también se hartan de la enorme misión que es la maternidad. Debajo de la postura perpetua de abnegada, hay una persona con las mismas impaciencias e imperfecciones que tú y que yo. Pausemos un instante para verla. Abramos un paréntesis, suspendamos las expectativas y tomemos nota de lo que ella necesita. Tal vez es algo tan simple como una siesta, tan poderoso como un abrazo o tan leve como una mirada de reconocimiento, e incluso, ¿por qué no?, un fuerte aplauso.