Lo que no se practica, se olvida. Han pasado casi tres décadas desde que me enseñaron cómo calcular fracciones. De manera que, cuando mi sobrina me pidió ayuda con una tarea, tuve que confesarle un poco avergonzada: “no recuerdo cómo resolver este problema”. La niña está cursando el sexto grado en una escuela magnet, dedicada a impartir un contenido enfocado en ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas, o STEAM como se le conoce en inglés.
Anticipando un «por si acaso», unos días antes tomé la tarjeta de un tutor de matemáticas. Es un ingeniero retirado, proveniente de Sri Lanka, profesor de álgebra y nuestra única esperanza para que mi sobrina pase sus exámenes de mitad de año con éxito. Contratar a un tutor de su talla no es barato, y encontrar un espacio dentro de su apretadísimo horario, no ha sido fácil.
«Mi idea era hacer tutorías como un part-time, pero con la implementación del currículo de common core, más y más padres me refieren, pues no saben o no pueden asistir a sus hijos con los deberes. Y que conste que muchos de mis clientes son padres que trabajan como médicos o son dueños de negocios», me explicó este hombre manso, en su inglés salpicado de notas con sabor a curry.
La carga académica sobre los hombros de nuestros estudiantes no es broma. Muchos padres lo saben. Sin embargo, aun conscientes de la urgencia de la situación, no todos poseen los recursos financieros o intelectuales para servir de apoyo a sus pequeños.
¿Qué suerte le depara a un niño cuya familia carece del aval necesario para sustentar su éxito escolar? La educación de kínder a la preparatoria (k-12) es un colador. Por sus agujeros, cada vez más estrechos, pasan aquellos estudiantes cuya situación económica le permite pagar por servicios que remedian las lagunas académicas, aquellos que cuentan con una estructura de soporte sólida y/o aquellos cuya disposición y actitud los hace trabajar más fuerte que los demás. La combinación de las tres condiciones anteriores sería -en teoría- la fórmula ideal. Aunque, a falta de dinero, las otras dos (esfuerzo personal y asistencia familiar) serían la posible alternativa.
En Gattaca, una película de ciencia ficción de los noventa, se pinta un futuro donde solo los humanos con cierto ADN (limpiado de faltas en los laboratorios) tienen acceso a los mejores trabajos. Los nacidos con un ADN natural, que padecen de propensiones a ciertas debilidades físicas o mentales, esos son descartados y en consecuencia destinados a limpiar pisos. De igual manera, los doce primeros años de educación escolar están filtrando a nuestros hijos. Sobrevivirán los más dedicados y trabajadores, quienes son ayudados por los adultos, y los de clases más pudientes, quienes heredarán (con o sin talento) las fortunas de sus ancestros. ¿En cuál grupo caerán tus hijos?
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