Nacida en Argentina, es autora de la novela “Viaje entre dos Orillas”
Nada mejor para un narrador o narradora, llegar al Perú para mirar al mundo, como nos dice la escritora argentina María de los Ángeles Fornero, autora de “Viaje entre dos Orillas” (Alción Editora, 2019). Sus planes son visitar otra vez Lima, la capital peruana, rememorar lo pasado y asistir a la Feria Internacional de Libro. Ella nació en 1961 en Carrilobo, vivió en Villa María y actualmente reside en Córdoba. Es docente y Coordinadora de grupos en el I.S.E.P “Dr. Enrique Pichón-Riviere” y Profesora de Lengua y Literatura. Como escritora, ganó premios en cuentos y poesía y participó en diversas antologías en su país. Es hija del fallecido argentino Alcides Fornero, quién publicó varias novelas y relatos.
– ¿Es tu novela “Viaje entre dos Orillas” el corolario de tu extenso viaje por varias ciudades peruanas?
Más que un corolario de mi viaje por el Perú, más necesario, más profundo, es una reafirmación. Reafirmación en el sentido de la pertenencia a un territorio. Un territorio tanto físico como espiritual, cultural, político dónde las fronteras entre Perú, Bolivia, Argentina, Chile se difuminan y toma cuerpo lo andino, lo quichua, lo aimara, lo andino en todo el sentido de la palabra. A la vez no se podría hablar de la pertenencia a un territorio sin partir de la existencia personal, de los vínculos en el interior de los cuales uno se constituyó como sujeto. En este caso, el vínculo con mi padre que siempre fue muy fuerte. Me parece que eso quiere ser VIAJES.
-El título de tu novela tiene que ver con dos orillas, del asir y del dejar ir. ¿Puedes explicarnos?
Mirar el mundo como un entre dos orillas, tiene que ver con no absolutizar nada. Con la idea de «dejar fluir», de asumir la finitud, que hoy estoy aquí y mañana allá, que lo que hoy es vida mañana será muerte. Y en cuento a la orilla cristiana tiene que ver con qué mi padre era un católico ferviente, muy atenido a las leyes eclesiales. A veces renegaba en silencio de eso y quería disponerse más «al libre pensamiento» digamos así, al que yo, su hija cuestionadora de las razones definitivas, le proponía, pero la mayoría de las veces se quedaba en su orilla.
– “Mi padre morirá a mi regreso”, afirmas en la primera página de la presentación de tu novela. ¿“Ha sido o no un presagio?
No sería un presagio, es más bien la forma temporo/espacial en la que se pretende embarcar al lector. La idea de leer una narración con pocos límites, en un ahora que será mañana, pero puede ser ayer. Mi padre era un gran dialogador además de contador. Era alguien a quien la palabra le daba todo lo que necesitaba. La comunicación en él tenía, con bastante naturalidad, el sentido de comunión. Y eso, creo, fue lo más rico que aprendí de él.
– ¿Influyó en ti profundizar la cultura Nazca o Nasca, y escoger para la carátula de tu novela una pieza cerámica de una mujer trayendo al mundo un nuevo ser?
La portada es un fotomontaje que hizo Manuel Rodríguez sobre la base de la foto de la réplica de una pieza de cerámica Nasca que yo fotografié en el Museo Marie Reiche. Creo que es una imagen potente, que bien enmarca mi narración. La cultura Nasca me impactó mucho. La integralidad de la vida y la muerte en un sentido filosófico, pero la pieza que ilustra la portada de ésta primera edición, es la semántica perfecta de las dos orillas. Algo que era dejar de ser, para ser otra cosa, nueva, diferente, potente como es una parición.
– El lector rápidamente se compenetra con la lectura en tu novela. En lo personal, me agradó mucho al describir a la heroína Ventura Ccalamaqui y los prolegómenos del levantamiento de mujeres indígenas (o indias como denominas).
En la novela, la mención a tu trabajo tiene el doble sentido de darle verosimilitud a lo que cuento y a la honestidad intelectual que corresponde ya que es así de cierto que pude desarrollar esas páginas sobre Ventura Ccalamaqui con más seguridad a partir de la lectura de tu libro.
La verdad es que personalmente tengo un trabajo de muchos años en la militancia por los derechos de las mujeres y por poner freno a la violencia hacia las mujeres (que el año pasado se cobró una víctima cada 28 horas en Argentina). En ese sentido siempre que busco en la historia social -que me permita complejizar la ficción en la que trabajo- intensifico mi mirada sobre el lugar de las mujeres en esos procesos.
– Atrae en tu novela al describir un pueblo de los andes, Ayacucho en tu propia imagen, tus observaciones históricas, las luchas de los comuneros por la independencia y las consecuencias de la violencia armada en los 80.
En la novela van adquiriendo a lo largo de las páginas, peso narrativo (como un entrar y salir de escena),10 mujeres sin las cuales la independencia americana no se hubiese escrito. Eso es lo que intento poner de relieve, sin decirlo de manera directa. Se podría decir que es un diálogo abierto con mi padre sobre la valoración de las mujeres, que en última instancia lo es también, con los varones en general y más aún con las diferentes formas de machismo.
¿Y Machu Picchu?
Machu Picchu es el lugar a donde la protagonista va a dejar la memoria de su padre que acaba de morir. La entrega de esa memora en la roca sagrada, al pie de los grandes cerros es la cumbre de esa síntesis vida-muerte. Esa sería la demostración de que se trata de una fascinación entre lo humano y lo sagrado, entendiendo a lo humano mismo como sagrado. Lo sagrado no sería algo inalcanzable, en este caso. Es una especie de lucha por lo alcanzable. No se trata, en ese sentido de un abrazo acrítico o ingenuo a la cultura inca sino de un lugar desde donde el narrador se para para mirar el mundo.