¡Hasta la muy extrovertida Kim Kardashian admite padecer el llamado síndrome de la cabaña! Y así miles de personas en todo el mundo.
Después de meses con mensajes urgentes para que nos quedáramos en casa, de pronto llegan recomendaciones (en algunas regiones) para que salgamos a la calle a reactivar la vida.
El confinamiento nos ha expuesto a un sobreconsumo de información. Virólogos, epidemiólogos y otros especialistas han devenido estrellas mediáticas para indicar los mejores procedimientos a seguir. Muchos científicos han estado a la altura de las circunstancias, no así los políticos.
Todo ello ha derivado en un enclaustramiento, en la búsqueda de refugio frente al mal que acecha fuera. «En su casa, hasta los pobres son reyes», escribió el gran Lope de Vega.
Ahora, cuando toca recuperar la vida, podemos sentir pánico por los acontecimientos del exterior. Los psicólogos lo atribuyen a estados emocionales de ansiedad y depresión. E incluso hay quienes creen que no existe tal síndrome de la cabaña, sino simplemente un rechazo a volver a la vida anterior.
Sin embargo, jamás olvidemos que ¡66 días crean nuevos hábitos!
Según un estudio de University College de Londres, necesitamos 66 días para convertir un nuevo objetivo o actividad en algo automático. La investigación demuestra que no hay suficientes argumentos para determinar que en 21 días —como se creía— se pueda incorporar un hábito.
Ciertamente, no nos propusimos cambiar el hábito de salir, sino simplemente protegernos por sentido común. Pero, después de meses encerrados, con nuevas rutinas y el hallazgo de alternativas para trabajar, estudiar, comprar y divertirnos, algo ha podido cambiar. Lógicamente, no de modo irreversible. Es la consecuencia de una decisión defensiva.
Personalmente, he sacado provecho del tiempo hogareño, reflexionando, trabajando y creando nuevos proyectos; pero no he sentido el síndrome de la cabaña.
A pesar de la incertidumbre, de los avances y retrocesos en el control de la pandemia, la gradualidad es la mejor manera para retomar nuestra vida. Sentir miedo es perfectamente normal, salvo que esa emoción nos congele.
Maximizar la protección y dar el primer pasito es una solución. Cuando las autoridades competentes lo determinen, pongámonos la máscara facial, metamos el desinfectante en la mochila y salgamos a la calle responsablemente. De nosotros también depende que el mundo, poco a poco, vuelva a andar.
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