“No se trata de cuánto ganas, si no de cuánto gastas”, me dijo mi padre un día de invierno hace casi 25 años. Este consejo ha sido uno de los pilares que han regido mi vida y, definitivamente, una de las razones de la estabilidad financiera que haya podido tener.
Un lustro atrás ganaba apenas unos $12 la hora, es decir menos de $25,000 verdes al año. No obstante, me alcanzaba para cubrir mis gastos y pasear un poquito. Desde luego, no era la vida-loca ni mucho menos, pero igual no malpasaba e incluso guardaba un dólar para un por si acaso, o como dicen los americanos: “for a rainy day”.
«Puedes tener un millón en el banco, mas si te compras un helicóptero de 1.5 millones, te quedas pobre al instante. Sin embargo, si ganas $20 y gastas $15, siempre tendrás un monto positivo del cual echar mano, aunque este sea de $5 pesos». Así de sencillo explicaba el dilema, ¡el secreto! de la liquidez financiera, mi progenitor.
Y es que así de sencillo es, si alguien se toma el tiempo de explicárnoslo y –muchísimo más importante- nos lo enseña con su ejemplo.
¿Y a qué viene todo esto?
Pues viene al caso porque nuestros hijos aprenden de nosotros, los adultos en su vida, cómo entender y manejarse con el dinero. Para quienes leyeron “Poor Dad, Rich Dad” (Padre rico, padre pobre), este concepto no es del todo ajeno. Tampoco lo es para quienes escuchan predicar el evangelio de la abundancia a través de las charlas como las de Abraham Hicks y otros pastores de variopintas denominaciones.
La falta de conocimiento financiero ha convertido la comunidad hispana en una de las presas mas fáciles de atrapar en las redes de los embaucadores, farsantes, patanes y charlatanes sobre esta bella tierra. Esta falta de entendimiento es, a su vez, pasado de padre a hijo, de hija a nieto, hasta el infinito. De ahí que, los depredadores hagan su fiesta entre y a costa de nosotros.
¡Mucho ojo! A espabilarse. No permitamos que nuestras futuras generaciones tropiecen con la misma piedra. ¡Es hora de levantar los pies! Si usted tiene demasiadas excusas para educarse debidamente sobre el tema de qué es el dinero, cómo trabaja y cuándo es propicio tomar riesgos para multiplicarlo, si está demasiado cansada, aburrido, ocupada o sobrecogido por la falta de estabilidad financiera en su vida, entonces, por lo menos, permita que sus hijos tomen clases o lean libros sobre alfabetización financiera (finantial literacy). Facilite que se eduquen, “que se empapen” sobre el tema.
Porque, aquí entre-nos, ¡ya está bueno!
Ya está bueno de endeudarse hasta las narices, de no tener o perder el crédito, de someternos a tasas de interés exorbitantes, de que nuestros hijos salgan de las universidades con una deuda que les tomará 20 o 30 años saldar.
El sistema norteamericano está hecho para que nos lleguen mil solicitudes de crédito por correo y cero, nada, ninguna para educarnos sobre la complejidad de los préstamos, hipotecas, notas bancarias, APRs, ciclos, términos, proporcionalidad entre deuda e ingreso y un montón de otras reglas que gobiernan la economía personal, local, mundial y global.
Entonces, ¡manos a la obra!
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