«Todo aprendizaje tiene una base emocional» – Platón.
¿Puede haber algo más importante que el coeficiente intelectual para garantizar el éxito? Pues, Daniel Goleman y otros expertos sugieren que la inteligencia emocional (IE) es tan importante —si no más— que la inteligencia racional. Por definición, IE «es la capacidad para reconocer sentimientos propios y ajenos». Y al parecer, está vinculada a todo, desde la toma de decisiones hasta el rendimiento académico, pasando por la capacidad de adaptación, resolución de conflictos, habilidad para influenciar y persuadir, comunicación verbal y no verbal, liderazgo, logro de metas, entre muchas otras actividades humanas.
¿Cómo sabes si la tienes o la has desarrollado? Es sencillo, únicamente pregúntate lo siguiente. En tu vida diaria encuentras que:
– ¿Caes bien?
– ¿Quienes están a tu lado sienten que pueden confiar en ti y pedirte consejos porque eres empática y te pones en el lugar del otro?
– ¿Aprendes de las críticas?
– ¿Canalizas convenientemente tus emociones, de manera que consigues restaurar tu felicidad interior en corto plazo?
– ¿Rara vez te vienes abajo con los contratiempos?
– ¿Buscas alternativas para seguir con determinación siempre hacia delante?
Si contestaste que sí, eres una persona que goza de una inteligencia emocional palpable. Gracias a ti, que la transmites por osmosis y la enseñas a través de tus actos, tus hijos la aprenderán y podrán trabajar en equipo, expresarse con claridad, ser perseverantes y mantenerse auto-motivados, independientemente de las emociones que encuentren a su paso.
Vale aclarar que las emociones no son per se ni positivas ni negativas. El valor que tienen es asignado por mí, por ti. Somos nosotros quienes le adjudicamos un significado a algo y respondemos a ese algo con enojo o risas, con dolor o indiferencia.
La carga energética de nuestras respuestas tiene repercusiones en la salud, en la autoestima, en el aprendizaje, en el comportamiento y en el clima a nuestro alrededor.
Tomemos, por ejemplo, el enojo. La persona enojada contamina su medio ambiente y crea dentro de sí y/o en su entorno un malestar que se manifiesta con rivalidades, conflictos, rechazos, auto-sabotajes y sabotajes contra los demás. En circunstancias de enojo, es difícil sostener relaciones interpersonales armoniosas y ganarse el respeto de la gente que nos rodea.
Por eso, Goleman, uno de los autores pilares en la investigación de este tema, sostiene que el 80% del éxito en la vida, sea escolar, laboral, personal o familiar, proviene de la inteligencia emocional y solo un 20% surge del cociente intelectual. Según él, las escuelas y familias han sobreestimado a lo largo de la historia la importancia de la inteligencia racional, ignorando el inmenso aporte que tienen los sentimientos y el conocimiento emocional.
De nada valen buenos resultados en los exámenes si se carece de las habilidades necesarias para tener una existencia sana y satisfactoria. Para conseguirla, hay que evitar el analfabetismo emocional.