La semana pasada, medios de comunicación de todo el mundo transmitieron desde España las imágenes de uno de los rescates más difíciles de la historia. El pequeño Julen, de dos años de edad, murió tras caer a un pozo de 71 metros de altura (equivalente a un edificio de diez plantas) y tan solo 30 centímetros de ancho. Su familia, que ya había perdido a un hijo anterior de tres años, está devastada, junto al personal que participó en el rescate.
Siempre he pensado que nuestra existencia es un milagro. Venimos a amar, aprender y a cumplir nuestra misión de vida, hasta el día en que nos toque volver a la infinitud.
Los duelos, como el que ahora se vive en España, nacen del sentimiento de pérdida que nos puede generar un fuerte apego emocional hacia algo o alguien. Otros, no necesariamente están ligados con la muerte física. Sufrimos porque alguien se va ―bien sea de este plano o se muda lejos―, o porque algo a lo que nos aferramos se acabó: una amistad, una relación, un trabajo, un ciclo de vida.
¿Estamos preparados para vivir los duelos? Por lo general, preferimos evadir el tema hasta que la realidad llama a la puerta. Quienes quedan atrás lidian con la compleja situación. Pasar por un duelo es reconocer nuestra vulnerabilidad ante el vacío generado en nuestra alma, pero muchas veces buscamos llenarlo con cuestiones que no siempre nos hacen bien.
Según los psicólogos, los duelos se viven desde cinco etapas: la negación, la ira, la negociación, la depresión y la aceptación.
Estadísticamente, al menos el 5% de las familias a nivel mundial experimentan la pérdida de algún ser querido cada año. De esa cifra, el 10% de los duelos se tornan de tipo patológicos; es decir; el doliente se queda en la fase inicial de negación.
En esta etapa, la persona deja y ordena las pertenencias del fallecido como si no hubiese pasado nada, puede ver su rostro en todos lados o incluso ir más allá y adoptar la personalidad y características propias del difunto. Una persona puede quedarse allí por tiempo indefinido, pero, si no recibe ayuda, su trastorno le puede llevar al suicidio.
Jorge Bucay, escritor y terapeuta argentino, suele decir que el peor enemigo en el duelo es no quererse a sí mismo, y que cada cual tiene su propio tiempo para superar la pérdida, puesto que no todos experimentamos el dolor de la misma manera.
Por ello, cada mañana al levantarnos, debemos agradecer no solo por disponer de otro día para llevar adelante nuestros propósitos, sino también por las cosas que empiezan y por las que acaban.
Aunque es difícil, debemos ser conscientes de la temporalidad de todo. ¡Aprendamos a vivir desde el amor, y practiquemos siempre el agradecimiento y el desapego! Esas serán siempre nuestras mejores armas para sobrevivir a la inevitabilidad de un duelo.
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