Tres de cada cinco llamadas de parte de los administradores de las escuelas de D.C., tienen como objetivo plantear la renuncia permanente a sus funciones. Una de las razones más contundentes es la falta de moral, asociada con el desconocimiento de los procesos implicados en la reapertura de los planteles escolares.
De hecho, el presidente del Consejo de Oficiales Escolares, en una entrevista para The74milion.org, confesó que su gremio ha gastado una cantidad de tiempo exorbitante tratando de convencer a la gente de no renunciar. El directivo escribió una carta a los líderes que manejan la ciudad de Washington D.C. con los elementos que percibe como faltas garrafales en el plan (¿o falta de plan?) para la susodicha reapertura.
La renuncia también aplica a los maestros, que dicen estar estresados de cara a un problema cuya esencia es multifacética. Por un lado, está el asunto del virus. En D.C., la mayoría de los docentes son miembros de una minoría. Y es precisamente entre las comunidades minoritarias donde se ha detectado una mayor incidencia del Covid-19.
Por otro, está latente el tema de las tensiones raciales. Y, por último, existe falta de confianza en el corazón de los maestros en relación con la habilidad de sus líderes de planear la vuelta a la escuela de una forma sensata.
Ya la renuncia de los administradores es mala noticia, pero la de profesores tiene consecuencias todavía más desastrosas. Pregúntele a cualquier estudiante sobre su vínculo con uno o varios de maestros y escuchará, como expresa Alex O’Sullivan, que «la relación adulta más importante que un chico tiene fuera de su familia, es con su maestra(o)». Y de ahí que, cuando un maestro considerado «muy efectivo» se muda de escuela o renuncia, su decisión causa un efecto perjudicial en los estudiantes.
Es por eso que una masa significativa de educadores demanda que los distritos actúen con mayor transparencia, a fin de construir confianza entre los subordinados y sus empleadores. «Lo más básico es que por lo menos te contesten qué está pasando, cuando les preguntas», dice Katherine, una maestra de pre-kinder en el municipio cuatro del distrito de Columbia.
Al parecer, el incentivo salarial de la capital, que se encuentra entre los mejores de Estados Unidos (como promedio, más de $76.000 dólares al año), no alcanza para desarrollar una fuerza laboral robusta que llene la demanda creada por la falta de maestros.
¿Cómo solucionar esto? Según el ex-profesor O’Leary, construir un clima de confianza en los sistemas escolares va a requerir que cese el control o fuerza ejercida de arriba hacia abajo.
Argumenta que, para invertir las dinámicas de poder, de forma tal que las directrices vengan de abajo hacia arriba, él, junto con el State Board of Education están proponiendo un proyecto de ley cuyo objetivo sería la publicación de los datos asociados con los maestros. Los mismos incluirían: raza, dónde viven, cuántos años de experiencia tienen, etcétera.
La falta de voz y de respeto es una de las principales razones por la que los docentes renuncian. Implicarlos en el proceso de decisión-planeación es lo menos que se podría hacer para levantarles la moral, intentar detener la hemorragia de sus renuncias y evitar que la educación se debilite aún más.