Vivimos en un mundo dominado por los optimistas. La naturaleza humana es así. En España, por ejemplo, a finales de 2020, el Índice de Confianza Empresarial creció el 10,5%. Los españoles somos los segundos más felices de Europa, por detrás de los finlandeses. En el mundo, los optimistas llegan al 43%, frente al 24% que se consideran pesimistas. Curiosamente, los europeos son los que menos contentos están de todo el planeta, mientras que los ciudadanos indios se declaran los más felices, seguidos de los latinoamericanos (61%). Eso dice el último estudio de 2020 realizado por Gallup Internacional.
Ser optimista está bien, pero los departamentos de recursos humanos deberían ocuparse de contar con un porcentaje de trabajadores no tan optimistas. Es verdad que el pesimista tiende a exagerar los problemas, que ve amenazas inexistentes y que no disfruta de lo que tiene por pensar en lo que podría dejar de tener. Pero también es cierto que tiene su lado positivo, y gracias a las pesimistas se pueden detectar mejor algunos riesgos.
Este fue uno de mis aprendizajes de una simple conversación en un break con uno de los asistentes a MasterMind Latino en Miami, algo en lo que no había reparado. Este experto en recursos humanos destacó que el pesimismo es un sesgo de pensamiento con tendencia recurrente a interpretar la realidad de forma negativa y a hacer pronósticos desfavorables y que sólo cuando es en exceso, se convierte en poco útil para el equipo y para la empresa. Esa reflexión de pasillo, que pareciera ser intrascendente, me hizo tomar conciencia:
Todo va a salir bien… o mal. Que el optimismo nos permite relajarnos, confiar en que se cumplirán nuestras expectativas. Pero una gran complacencia suele conducir a la inacción. Muchos optimistas esperan que las cosas sigan su curso sin hacer nada, por lo mismo que saben que el mundo girará cada día. Sin embargo, el pesimista puede ver augurios nefastos y vaticinios sombríos que le lleven a movilizarse para evitar lo que teme. Es decir, tal vez sea la persona más indicada para anticiparse, aportar ideas y soluciones. Busquemos el equilibrio, todos son necesarios.
Un vaso medio vacío es igual que uno medio lleno. El pesimista no está equivocado. Tiene tanta razón en su visión como el optimista. Por eso ni uno ni otro deben intentar imponer su criterio. Las empresas harán bien en tener a ambos trabajando juntos, sin tratar de cambiar sus creencias, porque confrontar visiones opuestas permite incrementar las posibilidades de acierto.
Cada uno en su papel. Ser eso que llaman el alma de todas las fiestas, hacer reír a los demás, llevarse los aplausos… puede parecer lo más atractivo del mundo. Pero en la película de la vida no basta con un protagonista. Hacen falta muchos otros actores, con papeles secundarios, de reparto, extras, y también directores, guionistas, maquilladores, conductores… Las empresas deben procurar ser un reflejo de la sociedad a la que sirven: mujeres y hombres, de diferentes edades, distintas características étnicas, diferentes creencias y tolerantes, optimistas y pesimistas.
No rechacemos a los pesimistas, porque puede que sean más productivos y estén mucho mejor preparados para los contratiempos que quienes no comparten su sesgo.