Tendemos a pensar que un buen profesional es quien puede colgar varios títulos en las paredes de su despacho, pero la formación por sí sola, con ser muy importante, no es suficiente.
Pero ser excelente no se limita a estar facultado para el desempeño. Todos conocemos personas que consideramos magníficos profesionales y otros que, pese a su brillante currículum, no lo son. ¿Qué diferencia a los buenos?
Tienen humildad. Las personas verdaderamente profesionales observan a su alrededor para aprender de los demás. No creen, ni mucho menos, dominar su campo; por el contrario, extraen enseñanzas valiosas de todo el mundo. No aparentan saberlo todo, preguntan cuando desconocen algo y jamás simulan conocer lo que ignoran. Además, admiten sus fallos y piden perdón cuando es necesario. De este modo, aprovechan sus equivocaciones como oportunidades para aprender y para mostrar tolerancia con los errores ajenos. La humildad está en la filosofía empresarial.
Disfrutan con el compañerismo. El trabajo también es rutina, sacrificio, cansancio, aspectos desagradables. Por eso los gestos de compañerismo son tan importantes, porque nos hacen sentir que no estamos solos, que formamos parte de un equipo en donde nos apoyamos unos en otros cuando lo necesitamos. Los buenos profesionales no están por encima de los miembros de su equipo, sino con ellos. No les importa «ensuciarse» haciendo el trabajo de otros, echando una mano. Así conocen más a fondo el papel de cada uno, sus dificultades y sus necesidades.
Son honestos. La honestidad es un concepto muy amplio. No solo consiste en no robar, sino en ser justo con los demás, en no aceptar privilegios ni para uno mismo ni para las personas allegadas, en ofrecer confianza, no mentir, ser leal, no chismorrear ni criticar, tener principios tanto personales como empresariales y respetarlos por encima de todo.
Manejan sus emociones. La educación emocional es la que nos permite trabajar con autoconfianza en las propias capacidades, autoestima para asumir responsabilidades, seguridad para delegar, empatía para colocarnos en el sitio de los demás, optimismo para no abandonar la misión establecida, diligencia para ser puntuales y no procrastinar, tolerancia para con quien la necesita, claridad para divisar las metas y tenacidad hasta alcanzarlas, facilidad para comunicarnos del modo preciso y en el momento adecuado… No es posible ser un buen profesional sin un adecuado control y expresión de las emociones.
Dan más de lo que se les pide. Hay pequeños detalles que aportan elementos para construir la profesionalidad, como el orden, la puntualidad, la disciplina, el vestido, la corrección al hablar o al escribir, el respeto al dirigirse a los demás, la discreción en las redes sociales… Pero los buenos profesionales se distinguen por dar más de lo que se les pide. Son esos que atienden a un cliente cuando acababa de terminar su horario, que dedican un rato más a algo urgente, que envían un mensaje de ánimo fuera de hora, que no pierden la paciencia, que sonríen, que enseñan a los demás cómo hacer algo en vez de hacerlo ellos… Son, en definitiva, los que disfrutan con lo que hacen. La madre Teresa decía que el trabajo sin amor es esclavitud. Un buen profesional es quien ha aprendido a amar lo que hace.