Madeleine Albright amaba decir que Estados Unidos era el único país del mundo donde una refugiada de Europa Central puede ser nombrada secretaria de Estado. Ella fue la primera mujer en lograr un cargo tan alto dentro de la administración estadounidense. Murió recientemente a los 84 años. Deja un legado extraordinario y unas lecciones de liderazgo importantes. Quiero resaltar tres.
Un compromiso con los valores. La visión del mundo de Albright estuvo profundamente marcada por su historia personal. Su familia, de origen judío, tuvo que huir cuando Hitler invadió Checoslovaquia. Unos años más tarde, en 1948, la familia se refugió en Estados Unidos para huir de Stalin. Desde niña, Albright padeció en su propia piel las consecuencias de regímenes totalitarios, y por eso la libertad fue su valor guía, su lucha y su ideal.
Un propósito de vida. Su valor guía se convirtió también en un propósito de vida, al que ella sirvió hasta los últimos instantes de su vida. Los ideales de la libertad, su historia personal, la tradición democrática de Estados Unidos eran para ella fuente de optimismo. Tenía una gran fe en la democracia. Al mismo tiempo era consciente de sus limitaciones y de su fragilidad. En los últimos años veía con preocupación el surgimiento de líderes autócratas en distintas partes del mundo. Escribió el libro Fascism: a Warning (Fascismo, una alerta), donde demostraba cómo Mussolini, Hitler, pero también Erdogán, Putin y Chávez habían llegado al poder gracias a elecciones democráticas. El triunfo de Trump representó para Albright el síntoma de un desmoronamiento de la confianza en la democracia que puede abrir el camino al fascismo. Por eso, se definía como una optimista con mucha preocupación.
Humildad y un gran sentido de la responsabilidad. Durante los años que tuve la oportunidad de colaborar con el expresidente Bill Clinton, me encontré varias veces con Madeleine Albright. Recuerdo, en particular, una vez, en Madrid, durante una conferencia internacional sobre democracia, seguridad y lucha contra el terrorismo. Yo estaba en las últimas filas de una sala de conferencias y Madeleine Albright se sentó a mi lado, como un miembro más de la audiencia. No había buscado una silla en la primera fila.
De un gran bolso sacó un cuaderno de notas y un lápiz, y comenzó a escuchar y a tomar notas. Vi en ella la sencillez, la humildad y la curiosidad de quienes siempre están abiertos a aprender, entender, profundizar; son actitudes que uno esperaría de líderes que asumen grandes responsabilidades. Su compromiso intelectual era también la expresión de su compromiso ético. El estudio en profundidad corrobora la intuición, y precede a la decisión y la acción.
Cuando muchos de nuestros comportamientos son determinados hoy por la reactividad, la superficialidad y la inmediatez de las redes sociales, la vida de Madeleine Albright nos invita a regresar al aprecio por la reflexión, la profundidad, el uso intencional de nuestra comunicación. También en esta actitud está la modernidad de Madeleine Albright.