Me imagino las escuelas del futuro y las veo como centros de aprendizaje localizados, igual que las gasolineras, en cada esquina de las ciudades o comunidades rurales. En mi cabeza, este espacio ya no luce como una prisión, si no como una de esas tiendas blancas adonde la gente va a comprar los últimos modelos de tabletas y teléfonos. Es decir, bien iluminada, limpia, brillosa, fluida y manejada por expertos que aman lo que hacen y atienden el estudiantado con entusiasmo. En este espacio gratuito los alumnos entran y salen a diferentes horas del día, siguiendo un horario establecido por ellos mismos.
Quedarían como cosas olvidadas: pasar el examen, tener buenas notas, “dar respuestas equivocadas”, la segregación basada en la fecha de nacimiento, los horarios arbitrarios que obligan a levantase a nuestros niños tempranísimo, antes de que sus cerebros se despierten, entre un montón de otras prácticas absurdas.
En lugar de eso, los estudiantes fijarían sus propias metas, a las cuales llegarían a su paso -según sus capacidades-, motivados por su curiosidad innata, cuidados por educadores. Por fin, liberada del bozal impuesto por un currículum rígido, la maestra será capaz de ajustarse a la velocidad de comprensión de los niños. Usando tecnología de punta que involucre múltiples sentidos, podrían nuestros niños adentrarse en un viaje maravillo por una molécula u otras galaxias y ver videos, documentales, acceder a una inmensa biblioteca virtual o jugar ajedrez.
En mi imaginación, los padres habrán aprendido a jugar un papel activo, al entender que, mientras más involucrados están, más altas son las probabilidades de que sus hijas e hijos logren sus metas. De hecho, junto con los maestros, estos padres decidirían cuál modelo de aprendizaje se acomoda mejor a sus pequeños.
En este nuevo y valiente medio ambiente, pasar a los chicos de curso por vergüenza a retenerlos y disciplinar a los morenos con mayor severidad que a los blancos, serían también cosas del pasado.
El concepto de individualización se convertiría en la regla, y no en la excepción. Al fin, y de esta manera, nuestra prole gozaría de una educación integral de cuerpo, mente y espíritu. El concepto de individualización de productos y servicios es bastante común y corriente. Se aplica a casi todos los aspectos de nuestra vida moderna, desde la lista del supermercado hasta las apps del móvil. No obstante, en el terreno de la educación escolar, los planes individualizados solo se reservan para niños “con problemas”. Y me pregunto: ¿No merecen nuestros hijos tener una experiencia de aprendizaje tan original como ellos mismos? Cuando cierro los ojos, así lo imagino.
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