Un líder debe tener habilidades proactivas para crecer y buscar nuevas oportunidades, para anticipar problemas y tomar la iniciativa empresarial. Sin embargo, cuando la actitud proactiva se lleva a cabo de forma inadecuada, puede resultar contraproducente para el equipo.
«Tienes que esperar grandes cosas de ti mismo antes de hacerlas» es una famosa frase de Michael Jordan. La proactividad implica mantener una actitud activa frente al devenir diario. Las personas proactivas tienen cualidades creativas, iniciativa para adelantarse a los acontecimientos y capacidad de adaptación a los cambios. No se acomodan en su zona de confort, sino que buscan nuevos retos, maneras de crecer como personas, como profesionales y como empresa.
A menudo, se confunde la proactividad con la impulsividad, con la exigencia desmedida hacia el equipo o, incluso, con la agresividad. Nada más lejos. Ser proactivo es una cualidad necesaria en el liderazgo, pero para que resulte eficaz y no provoque reacciones contrarias en el equipo, el líder debe tener en cuenta estos requisitos.
Incentivar, no exigir. Cuando el equipo se siente apoyado en la toma de decisiones, se sabe valorado y no teme represalias por equivocarse, es fácil la proactividad se contagie. El líder tiene iniciativas, pero también se muestra dispuesto a llevar a cabo las de los demás. Escucha, confía, participa y reconoce los méritos ajenos.
Perseverar. Ser proactivo no sirve de nada si no se acompaña de perseverancia. Buscar nuevas oportunidades, establecer objetivos y anticipar los problemas está muy bien, pero para poner en práctica las ideas emprendedoras es necesario planificar adecuadamente, diseñar formas diferentes de enfrentarse a los retos, perseverar y persistir hasta alcanzar las metas con constancia y disciplina.
Aceptar las diferencias. Exigir a los miembros del equipo que sean proactivos es un error: no todo el mundo es capaz. Hay quien no sabe cuándo ni cómo tomar la iniciativa, ni se ve capaz de innovar, pero a cambio es bueno cumpliendo los objetivos marcados. El mejor equipo es el que no trabaja bajo presión. Para ello hay que establecer una comunicación abierta y un máximo respeto por las diferencias.
No temer el fracaso. La proactividad está reñida con el miedo al fracaso. Los líderes proactivos no son temerosos. Saben que su papel es abrir camino, pero lo hacen con la seguridad de que detrás de ellos viene su equipo. Juntos se sienten capaces de afrontar riesgos.
Controlar las emociones. No es fácil anticiparse a lo que puede suceder o no y buscar soluciones antes de que aparezcan los problemas. Por eso, las personas proactivas deben educar sus emociones de manera precisa para asumir el control de sus decisiones, transmitir entusiasmo a los demás, resultar inspiradoras, alimentar el optimismo, aprender de las críticas, generar confianza… La sabia gestión de las emociones es la clave para liderar de forma proactiva sin caer mal a tu equipo. Y la proactividad, como todo sabemos, está asociada al éxito.
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