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Inteligencia emocional: una inversión rentable para las empresas

La inteligencia emocional es imprescindible en los entornos laborales y, no solos para quienes desempeñan el papel de liderar, sino para todos los miembros de la empresa.

Hace tiempo que los departamentos de recursos humanos saben que no sirve de nada contratar a los más inteligentes racionalmente, ni a quienes más títulos académicos acumulan, sino a las personas emocionalmente inteligentes. Y aunque a veces estas dos cualidades concurren, no siempre es así. Todos conocemos a personas inteligentísimas con las que no nos agrada estar, pues nos aburren, nos molestan, nos disgustan; por el contrario, hay gente con menos capacidades intelectuales que disfrutan de una vida personal satisfactoria, con éxito social y triunfos en su profesión.

La inteligencia emocional es saber escoger la mejor opción emocional, entre las posibles, para cada momento de nuestra vida. Comprender sus sentimientos, gestionar sus emociones y saber cómo afectan a los otros; permite también tener empatía para comprender las emociones ajenas. La inteligencia emocional hace que podamos autorregular los estados de ánimo y pararnos a pensar antes de actuar.

Y muy importante: nos provee de motivación intrínseca; esto es, hace que podamos luchar por nuestros objetivos más allá de las recompensas externas. Las personas con inteligencia emocional poseen habilidades sociales, saben establecer relaciones, construir redes.

Algunos estudios, como los desarrollados por la University Consulting Alliance, afirman que el 67% de todas las habilidades necesarias para un buen desempeño laboral están relacionadas con la inteligencia emocional. Prácticamente todas nuestras decisiones tienen un 100% de componente emocional.

Las empresas deben formar en inteligencia emocional a todos sus trabajadores porque…

Eleva el rendimiento laboral. Las personas con inteligencia emocional tienen motivación intrínseca para llegar a sus objetivos; esto es, sienten satisfacción por mejorar, por el trabajo bien hecho y por adquirir nuevas habilidades, sin pensar en las recompensas externas.

Aumenta la autoconfianza. Saberse capaz de desempeñar el trabajo, valorar las propias capacidades, incrementa la autonomía y aleja la necesidad de supervisión.

Incrementa el compromiso con la empresa. Tener inteligencia emocional implica plantearse objetivos a largo plazo y no desfallecer hasta llegar a la meta.

Reduce los conflictos. Permite manejar adecuadamente las propias emociones e interpretar las de los demás. Las personas que la poseen disfrutan colaborando con los demás, son empáticas, desean ayudar y trabajan bien en equipo, lo que redunda en el beneficio de toda la organización.

Disminuye el absentismo laboral. Aprender a identificar, controlar y manejar las emociones estresantes, dolorosas e incapacitantes mejora el bienestar personal y la salud.

Ayuda a alcanzar el éxito. Cuando la inteligencia emocional reina en una corporación, la productividad empresarial se dispara. Los trabajadores capaces de reconocer y controlar sus emociones e identificar las de sus clientes son los únicos capaces de alcanzar el éxito empresarial.

Dostoievski, el gran escritor que tan bien conocía la psicología humana, decía que «se necesita algo más que inteligencia para actuar inteligentemente». Aún no había nacido Daniel Goleman, pero ya estaba claro que las emociones tienen un papel decisivo en nuestro desempeño diario y que educarlas es apostar por el éxito personal, social y corporativo.

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