La adolescencia es un período fundamental para el desarrollo del cerebro. Cuando nos desentendemos de los jóvenes y los «entregamos» en exclusiva a la educación tradicional y a las nuevas tecnologías, ¿somos conscientes de lo que hacemos?
No es fácil lidiar con los hijos. Muchas veces, el camino más trillado es lanzarlos frente a las pantallas, para que el videojuego de turno nos ahorre atenderles en sus múltiples y agotadoras expectativas. No está mal que sus cerebros se entrenen tecnológicamente, pues, a fin de cuentas, las profesiones del futuro estarán en ese campo. Pero, dicho adiestramiento, debe ser compatible con otras actividades. Los expertos creen que, si «abandonas» a tus hijos y traspasas tu responsabilidad a un teléfono celular, será difícil que mañana el menor regrese a ti.
La influencia de las nuevas tecnologías es solo una parte del asunto, porque además existen condicionantes familiares, sociales e incluso biológicas que afectan el desarrollo en los más jóvenes. El «Libro blanco de la psiquiatría del niño y el adolescente», publicado por la Fundación Alicia Koplowitz, estima que una quinta parte de los menores de 18 años padece algún problema de desarrollo emocional o de conducta, y que uno de cada ocho tiene un trastorno mental.
Existen disímiles metodologías de aprendizaje para que los jóvenes asuman el gran desafío de empoderarse y se preparen para un mundo cambiante. El reto es aprender a concientizar sobre la innovación social, el emprendimiento y el liderazgo. Pienso en el gran ejemplo colaborativo de i-Exponential Camp, un campamento de aprendizaje experimental en la Universidad de Miami, que busca incrementar el alineamiento de los adolescentes con carreras presentes y futuras; crear habilidades para la amistad; pensar críticamente y solucionar problemas; enseñar a hablar en público y a negociar, así como trabajar el universo emocional para formar personas equilibradas.
Según UNICEF, la época que media entre los diez y los veinte años es clave para ejercitar el cerebro. En esa etapa, los adolescentes que aprenden a poner en orden sus pensamientos y a medir sus impulsos, pueden establecer bases neuronales importantes que perdurarán a lo largo de sus vidas. Un genio como Walt Disney afirmaba que «envejecer es obligatorio, pero crecer es opcional». ¿Envejecer o crecer? La inversión en uno mismo —y en los hijos— es la clave.
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